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ENFERMOS MENTALES Y DISCAPACITADOS INTELECTUALES INCORPORADOS A LA LEY DE DEPENDENCIA


Si la semana pasada criticaba la ausencia de las situaciones de los enfermos mentales y discapacitados intelectuales en la Ley de Dependencia , e instábamos a una revisión en el último viaje y trámite final en el Congreso de los Diputados, éste finalizó el mismo, con la aprobación definitiva y afortunadamente, con la inclusión en el nuevo sistema de los enfermos mentales y los discapacitados intelectuales, desechando casi todos los cambios del Senado. Recordemos que de los cuarenta y seis artículos que se contenían en el Proyecto de Disposición Legal, tan sólo en contadas ocasiones se hacían genéricas menciones a la prevención de la autonomía personal.


Indicábamos en su momento que las demencias provocaban el 25 por ciento de todas las dependencias en España y la situación de gran dependencia afectaba al 40 por ciento de la población con demencia, en la que, además, según avanzaba la enfermedad, el paciente con demencia perdía por lo general su autonomía y, por tanto, su capacidad para cuidar de sí mismo, viviendo en nuestro país el 70 por ciento de los pacientes con demencia en el domicilio, donde recibía el cuidado de su familia, siendo muy frecuente que el familiar que asumía esta labor acababa desarrollando un síndrome de sobrecarga caracterizado por la ansiedad o la depresión, lo que hacía necesario su inclusión en el desarrollo de la norma hoy ya aprobada.

A pesar de ello y de las modificaciones incorporadas, se han introducido pocas novedades en materia de asistencia sanitaria ya que la norma fue elaborado por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, por lo que el catálogo de servicios que se ofrece no define las prestaciones sanitarias, sin que se contemplen medidas que apoyen plenamente todas las actuaciones que, día a día, se llevan a cabo desde los Servicios de Salud, sobre las personas con padecimientos que originan la dependencia de sus cuidadores.

Seria bueno recordar históricamente y así ver la necesidad de adelantarnos en el tiempo, que en 1907, Alois Alzheimer, neuropsiquiatra alemán, describió el primer caso de la enfermedad que lleva su nombre, una mujer de 51 años con deterioro cognitivo, alucinaciones, delirios y síntomas focales, cuyo estudio cerebral post-mortem reveló la existencia de atrofia cortical, placas, ovillos y cambios arterioescleróticos. Otra aportación fundamental al conocimiento de las demencias es la efectuada por Arnold Pick, profesor de neuropsiquiatría en Praga, quien comenzó a describir en 1892 una serie de casos de demencia con atrofia cerebral localizada en los lóbulos frontales.

Tras los avances de comienzos del siglo XX, el interés por las demencias disminuyó considerablemente. Se consideraba que la enfermedad de Alzheimer no era más que una forma rara de demencia presenil. Incluso en una época tan cercana como los años cincuenta y sesenta, se creía que la mayoría de las personas que desarrollaban un síndrome demencial después de los 65 años (la llamada “demencia senil”) sufrían de alguna forma de insuficiencia cerebrovascular, la llamada “demencia arteriosclerótica”.

A finales de la década de los cincuenta y durante los sesenta, los trabajos de la escuela inglesa de Psiquiatría, empezaron a suponer un cambio en la forma de entender el problema. Estos autores realizaron una serie de minuciosos estudios epidemiológicos, clínicos, neuropatológicos y neurohistológicos en pacientes diagnosticados clínicamente de “demencia senil”. Los resultados mostraron que el 70 por ciento de los pacientes presentaban como único hallazgo neuropatológico las placas seniles y ovillos neurofibrilares descritos por Alzheimer y, por otra parte, no había diferencia en el grado de arteroesclerosis cerebrovascular entre pacientes con demencia y ancianos sin deterioro cognoscitivo. Únicamente en el 15 por ciento de los pacientes pudo atribuirse éste a la presencia de tejido cerebral infartado. Todos estos trabajos pusieron en evidencia la prominencia de la enfermedad de Alzheimer entre las causas de demencia entre los ancianos, considerándose de forma cada vez más unánime que las formas seniles y preseniles corresponden en realidad al mismo trastorno.

Desde entonces, el interés por este grupo de enfermedades ha crecido de forma considerable, cuando hace más de 30 años, apenas sí ocupaba una mínima parte de los tratados de Psiquiatría y Neurología. Por ello, por la inclusión de los enfermos mentales y discapacitados intelectuales, en la Ley de Dependencia ,gracias a sus autores.


Publicado en Redacción Médica el Martes 5 de Diciembre de 2006.Número 456.AÑO III