La historia se inicia el 14 de agosto de 1935 cuando en el gobierno del presidente Franklin D. Roosevelt, se crea la institución de la Seguridad Social. Posteriormente el Presidente Harry S. Truman, trató de impulsar la creación de un sistema nacional de cuidado a la salud pero no tuvo éxito ante la férrea oposición de quienes controlaban entonces el Congreso.
Se tuvo que esperar al gobierno de Lyndon B. Johnson, en 1965, cuando se reformó la Ley de la Seguridad Social para crear dos instituciones: El Medicaid, un seguro de salud para cubrir a los más pobres y discapacitados; y el Medicare, para proporcionar un seguro de salud para los jubilados. Esta reforma fue un paso importantísimo para lograr la meta de darles a los ciudadanos un seguro universal de salud, pues aunque permitió que los norteamericanos más pobres no estén desatendidos por el Estado en materia de sanidad gracias a estos programas, la reforma se quedó corta de tal objetivo.
Posteriormente el gobierno del presidente Bill Clinton trató de impulsar la reforma al sistema de salud, pero la oposición prevaleció y la iniciativa quedó otra vez en proyecto.
El Obamacare como ya ha sido bautizada esta reforma, firmada el pasado 23 de marzo, puede ser el legado que Obama deje para los libros de historia. De momento, ya ha conseguido ser uno de los Presidentes que más ha extendido la cobertura médica en EEUU, aunque sin acercarse, ni de lejos, a la sanidad universal y gratuita. Ésta no es el objeto del deseo de los estadounidenses, amantes del esfuerzo individual y enemigos de tumbar el sistema actual en que cada ciudadano es responsable de su sanidad bien de forma individual o a través de la empresa para la que trabaje y en que el Gobierno sólo cubre, como ya hemos visto a los más pobres, discapacitados, y jubilados.
Pero lo que este legado probablemente pueda conseguir, es acabar con la impunidad con la que hasta ahora han venido actuando las aseguradoras médicas en ese País, en el que nadie les impedía cambiar las reglas de juego sobre la marcha y negarse a pagar por enfermedades preexistentes a la contratación del seguro, como le pasó a la mismísima madre de Obama, diagnosticada de cáncer entre dos empleos, y que murió luchando porque le pagaran las facturas y no dejaran en la ruina a sus hijos. Piénsese que allí un trasplante de hígado cuesta entre 100.000 y 400.000 dólares.
La web The Health Insurance Victims Project, creada para denunciar casos de atropello por parte de las aseguradoras médicas, confirmaba el dato, por el que cada año se estarían produciendo en Estados Unidos alrededor de 45.000 muertes de enfermos que habrían podido curarse de estar asegurados. Sólo adultos, sin contar niños. Estas cifras facilitadas por la Universidad de Harvard permitían concluir que los no asegurados tenían un 40 por ciento de posibilidades más de morir por una enfermedad tratable que los asegurados, y que este porcentaje se ha disparado muy rápidamente, ya que era sólo del 25 por ciento en 1993. Dramas familiares, casos desgarradores e historias reales capaces de poner los pelos de punta han puesto a prueba la compasión de una nación, y puede acabar saliendo caro a las aseguradoras.